Giran con sutileza las margaritas veraniegas,
bajo un sol de papel colgando del cielo con hilos de felicidad.
Se mueven con ritmo sus tallos de esperanza pues contentas se sienten,
ellas tan ingenuas y sencillas muestran su rostro risueño a todo el largo paisaje.
De pronto deciden hacer algo más,
pues no se conforman con sentir el viento como las mece incansablemente;
levantan sus raíces del suelo, y las convierten en piececitos juguetones que aprenden a mover, para salir corriendo por toda la pradera.
Quién lo diría, ¡Miren a las margaritas como corren, saltan y hacen ronda como niñas traviesas, inocentes!.
Tan traviesas y bandidas que el viento malhumorado se vió,
y con una tonalidad húmeda sopló para botarlas.
Pero ellas siguieron riendo y cantando con carcajadas entre cada estrofa.
Entonces el viento se le llenó su rostro de rubor por el enojo que le dió,
y decidió soplar con todas sus fuerzas y levantó por los aires a las margaritas,
entre gritos y risas de inocencia, hasta que cayeron como gotas de lluvia lejos de donde estaban.
Así que sin nada mas que decir, las asustadas margaritas volvieron a enterrar sus raíces al suelo y con el despampanante descaro que las caracteriza volvieron a girar sobre sí mismas en su veraniego paisaje.
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